Las sagas longevas, ésas que llevan ya décadas regalando magia a sus seguidores episodio tras episodio, y han demostrado con cada uno de ellos que su éxito a lo largo de los años no es fruto de la casualidad, han tenido que reinventarse, forzosamente, antes o después para seguir en la brecha. No de cabo a rabo, ni radicalmente, porque siempre ha de mantenerse la esencia que une cada eslabón en la cadena para que los cambios no corrompan el espíritu que le es propio; pero sí lo suficiente como para dar al fan un aliciente sobre el que justificar su entrega al nuevo capítulo, y provocar en él la suficiente sorpresa como para no caer en la rutina ni el hastío ante lo que tiene delante.
Symphony of the Night hizo justo eso: cambió mucho sin cambiar, en el fondo, casi nada, y se convirtió de inmediato en un clásico dentro de la saga de vampiros de Konami. Con su planteamiento, origen del término "metroidvania", su carismático protagonista y su inconmensurable puesta en escena, grabó su nombre con letras de oro tanto en la franquicia, como en la industria.